Esa gente, de Chico Buarque
Sinopsis: Tras haber sido galardonado con
el prestigioso Premio Camões por su trayectoria literaria, el celebrado
compositor, músico, poeta y novelista Chico Buarque nos invita a asomarnos a la
vida de Manuel Duarte, un escritor de novela histórica que tuvo su momento de
gloria en la década de los noventa y que ahora, con la cuenta bancaria en
números rojos, intenta escribir en vano el libro que debe a sus editores.
Mientras disfruta de sus paseos peripatéticos por las elegantes calles de su
barrio, Leblon, o visita la favela vecina de Viridal, recorremos un Río de
Janeiro que, de una forma cada vez más patente, se doblega y sangra bajo el
látigo de la injusticia social y económica.
Buarque nos brinda, a modo de
rompecabezas y desde múltiples voces y perspectivas, su novela más punzante y
nos asoma, con su habitual mirada irónica, a los devaneos tragicómicos de un
escritor en crisis y a la memoria fragmentada del enloquecido Brasil de
Bolsonaro.
Contexto histórico, por
Amnistía Internacional (www.amnesty.org)
Transcurridos más de mil días de
gobierno del presidente Jair Bolsonaro, Brasil está considerablemente peor que
cuando asumió el cargo. La pésima gestión de la pandemia del COVID-19, la
agudización de la crisis de seguridad pública y la gran devastación ambiental
son sólo tres de los resultados de un mandato que ha representado un verdadero
desastre para los derechos humanos.
En el informe “1000 dias sem
direitos: as violações do governo Bolsonaro” (1.000 días sin derechos: Las
violaciones del gobierno Bolsonaro), Amnistía Internacional ha puesto de
manifiesto 32 actuaciones del gobierno que han conducido claramente a graves
violaciones de derechos humanos desde la toma de posesión del presidente hasta
el 26 de septiembre de 2021. Millones de personas en todo el país han notado
los efectos de estás políticas nocivas en sus bolsillos, en sus mesas a la hora
de comer, en sus territorios y en sus cuerpos.
El país que Bolsonaro describió
en su reciente discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas no
existe. Lejos de las pretensiones de un presidente que afirma que gobierna un
país sin corrupción, con sólida protección ambiental y credibilidad restaurada
de cara al mundo, la realidad es que Brasil está sumido en una crisis de
derechos humanos grave y multidimensional.
El desempleo afecta a 14 millones
de personas, que forman parte del 56% de la población que hace frente a la
inseguridad alimentaria y tiene escaso o ningún acceso a asistencia social. El
hambre afecta cada día a 19 millones de personas —de modo desproporcionado a
personas negras e indígenas—, y con frecuencia las mujeres han de asumir en
solitario el desafío de asegurar el cuidado y la subsistencia de sus familias,
sin apoyo alguno del gobierno federal. Las organizaciones de la sociedad civil se
han movilizado para mitigar los efectos del hambre en Brasil, han distribuido
alimentos a residentes de las favelas y han prestado asistencia jurídica para
ayudar a personas indígenas y quilombolas (Personas Afrobrasileñas residentes
en asentamientos históricos fundados por personas esclavizadas que escaparon) a
defender sus derechos. Pero el Estado también debe hacer más.
El presidente Jair Bolsonaro ha
respondido a la pandemia de COVID-19 con una mezcla de negacionismo,
negligencia, oportunismo y desprecio por los derechos humanos. Las constantes
declaraciones y acciones de Bolsonaro para restar importancia a los efectos de
la enfermedad, entre ellas sus innumerables discursos contra las vacunas de
COVID-19, la demora en la adquisición de vacunas, su defensa de fármacos
ineficaces, y su apoyo a grandes concentraciones de personas son algunos de los
motivos por lo que Brasil se acerca a la desoladora cifra de 600.000 vidas
perdidas. Esta enorme cifra no sólo refleja el número de personas que han
muerto, sino también la cantidad de familias y comunidades que han perdido a
sus seres queridos. Son historias interrumpidas por la negligencia, por la
omisión, mientras el presidente Bolsonaro sigue tratando el COVID-19 como si no
existiera.
Brasil tiene uno de los pocos
sistemas de salud pública universal de la región, pero se ha visto afectado por
las medidas de austeridad del gobierno en plena pandemia. Los pueblos
indígenas, las personas quilombolas e incluso las personas que habitan en las
favelas de Río de Janeiro han tenido que recurrir al Supremo Tribunal Federal
para hacer valer su derecho a recibir asistencia, y, aun así, los fallos
favorables del tribunal no se han cumplido.
En junio, organizaciones de la
sociedad civil, entre ellas Amnistía Internacional, presentaron un estudio que
reveló que el gobierno de Brasil podía haber evitado 120.000 muertes, sólo en
el primer año de la pandemia, si hubiera adoptado las medidas de salud pública
adecuadas para luchar contra el COVID-19. Las organizaciones han pedido al
procurador general, Augusto Aras, que abra investigaciones sobre la
responsabilidad del gobierno de Bolsonaro. Desde hace cinco meses está en
funcionamiento una comisión parlamentaria de investigación en el Senado Federal
que ya ha sacado a la luz algunas situaciones que requieren la atención urgente
del procurador general, sin que este haya actuado de forma clara. Esta
parálisis no se circunscribe solo al poder judicial. El Parlamento de Brasil
también ha seguido actuando en complicidad con la administración de Bolsonaro
en sus innumerables falencias en la gestión de la pandemia. Más de 120
solicitudes de impeachment del presidente se hallan sobre la mesa de Arthur
Lira, presidente de la Cámara de Diputados.
No es sólo la mala gestión de la
pandemia, sino también otras acciones del gobierno las que perpetúan las
múltiples crisis de derechos humanos de Brasil.
Bolsonaro y otras autoridades de
alto rango atacan constantemente a la prensa, desacreditan el trabajo de miles
de periodistas y otras personas trabajadoras de medios de comunicación, y con
gran frecuencia amenazan el Estado de derecho. Mientras tanto, al alentar la
deforestación y la extracción de recursos naturales en la Amazonia, el
presidente ha agravado el impacto de la crisis climática en las tierras y
territorios de los pueblos indígenas y quilombolas, que deja un legado de
destrucción ambiental.
El gobierno de Bolsonaro ha
relajado aún más las protecciones y los mecanismos de preservación, y
comunidades enteras han quedado expuestas a desastres, violencia y abandono. En
el área de la seguridad pública, el gobierno ha ampliado el acceso a armas de
fuego en un 65%, a pesar de que Brasil es ya uno de los países con más muertes
por arma de fuego del mundo.
La comunidad internacional no
puede cerrar los ojos mientras el gobierno de Bolsonaro destruye innumerables
vidas y causa un daño indecible al planeta. El mundo debe exigir que se rinda
cuentas y apoyar a la población en Brasil cuando reclama que el gobierno
respete y defienda sus derechos humanos.
Opinión de la novela
La novela se compone de una serie
de micro relatos en forma de cartas, entradas de un diario, noticias de prensa,
requerimientos del juzgado, relatos de sueños, etc., tanto del protagonista,
como de otros personajes.
Cada relato parece la pieza de un
puzle que hay que ir montando hasta llegar al resultado final: una imagen del
Brasil de Bolsonaro que no puede ser más decadente.
Es un libro corto, pero hay que
estar pendiente de cada palabra, ya que el autor utiliza el simbolismo para
expresar las ideas que pretende transmitir. Hay mucha crítica social: el uso de
las armas, favorecido por las políticas de Bolsonaro, intensifica la violencia
en el país; el racismo presente en una sociedad mayoritariamente negra o
mestiza; el machismo representado en la figura de distintos personajes
masculinos, incluido el protagonista de la novela, su actitud hacia las
mujeres, etc.
La premisa de la novela es interesante,
pero el resultado final, a mí personalmente, no me dice demasiado. Por un lado,
no empatizas con los personajes ni la historia engancha y, por otro lado,
respecto de la crítica social, aunque está presente, se diluye demasiado con el
uso de tanto simbolismo difícil de vislumbrar.
"A continuación, me despierto envuelto en la sábana con la tele encendida: a partir de hoy, por decreto presidencial, puedo tener cuatro armas de fuego en casa."
"El perro (...) en cuanto ve el mar salta a la arena y sale disparado al agua. Podría intentar impedírselo, pues hay una ley que prohíbe animales en la playa, pero creo que la guardia civil hace la vista gorda a los perros de raza y a los dueños con pedigrí."
AUTOR: Chico Buarque (19 de
junio de 1944)
Es un cantante, compositor y
escritor brasileño. Proviene de una familia intelectual; su padre, Sergio
Buarque de Hollanda, era un conocido y apreciado historiador y sociólogo,
mientras que su tío Alberto fue uno de los autores del diccionario de la lengua
brasileña.
Como un niño erudito, con un
talento temprano para la música y la escritura, Chico era un apasionado de la
bossa nova y en particular las obras de João Gilberto. Se casó con la actriz
Marieta Severo y vive en Brasil, aunque durante los años de dictadura militar
tuvo que refugiarse en Europa.
Apasionado por la escritura desde
la infancia, ha compuesto poemas, guiones cinematográficos y novelas como:
Disturb (Mondadori, 1992), Benjamin (Oscar Mondadori, 1999), Budapest
(Feltrinelli, 2005). Leche derramada (Feltrinelli, 2010), el hermano alemán
(Feltrinelli, 2018).
Comentarios
Publicar un comentario