Los restos del día, de Kazuo Ishiguro
El mayordomo Mr. Stevens nos narra en primera persona un viaje en carretera, alternando recuerdos de vivencias pasadas con una especie de monólogo interior. De telón de fondo, el período de entreguerras.
La novela es una milagrosa contradicción: una novela hilarante aunque Stevens es incapaz de entender un chiste; un relato profundamente conmovedor a pesar de que Stevens no puede admitir un solo sentimiento; una gran historia de la Segunda Guerra Mundial en la cual el narrador está educado para no registrar lo que ocurre a su alrededor y, por último, un romance entre dos personas que no se tocan ni el meñique. Todo esto contado por una voz en primera persona que en cada página, palabra y diálogo suena, piensa y se comporta como un mayordomo inglés de la primera mitad del siglo XX: un acto que para un escritor supone sostener un malabar por más de doscientas páginas.
La peculiaridad de Stevens como
narrador es que en ningún momento da opinión alguna sobre lo que vive. Como
buen mayordomo inglés de aquel entonces, está incapacitado para la reflexión.
No puede siquiera titubear cuando recibe una orden, ni poner en tela de juicio
el carácter o las motivaciones de quien la emite. Ishiguro parece escribir con
camisa de fuerza. La maravilla de este libro es que logra transmitirnos todo
ese universo a pesar de las restricciones que el autor mismo se impone. El
lector va siempre por delante del narrador: sabemos qué piensa y qué siente aun
cuando él no puede saberlo ni verse a sí mismo con honestidad, ni mucho menos
expresarlo. Es gracias a esa contención que la novela conmueve tanto al final.
Magistral... No puedo decir mucho más.
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